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Ha muchos años que busco el yermo,
ha muchos años que vivo triste,
ha muchos años que estoy enfermo,
¡y es por el libro que tú escribiste!

¡Oh Kempis, antes de leerte amaba
la luz, las vegas, el mar Oceano;
mas tú dijiste que todo acaba,
que todo muere, que todo es vano!

Antes, llevado de mis antojos,
besé los labios que al beso invitan,
las rubias trenzas, los grande ojos,
¡sin acordarme que se marchitan!

Mas como afirman doctores graves,
que tú, maestro, citas y nombras,
que el hombre pasa como las naves,
como las nubes, como las sombras...

huyo de todo terreno lazo,
ningún cariño mi mente alegra,
y con tu libro bajo del brazo
voy recorriendo la noche negra...

¡Oh Kempis, Kempis, asceta yermo,
pálido asceta, qué mal me hiciste!
¡Ha muchos años que estoy enfermo,
y es por el libro que tú escribiste!
Eres la noche, esposa: la noche en el instante
mayor de su potencia lunar y femenina.
Eres la medianoche: la sombra culminante
donde culmina el sueño, donde el amor culmina.

Forjado por el día, mi corazón que quema
lleva su gran pisada de sol a donde quieres,
con un solar impulso, con una luz suprema,
cumbre de las mañanas y los atardeceres.

Daré sobre tu cuerpo cuando la noche arroje
su avaricioso anhelo de imán y poderío.
Un astral sentimiento febril me sobrecoge,
incendia mi osamenta con un escalofrío.

El aire de la noche desordena tus pechos,
y desordena y vuelca los cuerpos con su choque.
Como una tempestad de enloquecidos lechos,
eclipsa las parejas, las hace un solo bloque.

La noche se ha encendido como una sorda hoguera
de llamas minerales y oscuras embestidas.
Y alrededor la sombra late como si fuera
las almas de los pozos y el vino difundidas.

Ya la sombra es el nido cerrado, incandescente,
la visible ceguera puesta sobre quien ama;
ya provoca el abrazo cerrado, ciegamente,
ya recoge en sus cuevas cuanto la luz derrama.

La sombra pide, exige seres que se entrelacen,
besos que la constelen de relámpagos largos,
bocas embravecidas, batidas, que atenacen,
arrullos que hagan música de sus mudos letargos.

Pide que nos echemos tú y yo sobre la manta,
tú y yo sobre la luna, tú y yo sobre la vida.
Pide que tú y yo ardamos fundiendo en la garganta,
con todo el firmamento, la tierra estremecida.

El hijo está en la sombra que acumula luceros,
amor, tuétano, luna, claras oscuridades.
Brota de sus perezas y de sus agujeros,
y de sus solitarias y apagadas ciudades.

El hijo está en la sombra: de la sombra ha surtido,
y a su origen infunden los astros una siembra,
un zumo lácteo, un flujo de cálido latido,
que ha de obligar sus huesos al sueño y a la hembra.

Moviendo está la sombra sus fuerzas siderales,
tendiendo está la sombra su constelada umbría,
volcando las parejas y haciéndolas nupciales.
Tú eres la noche, esposa. Yo soy el mediodía.
Tú eres el alba, esposa: la principal penumbra,
recibes entornadas las horas de tu frente.
Decidido al fulgor, pero entornado, alumbra
tu cuerpo. Tus entrañas forjan el sol naciente.

Centro de claridades, la gran hora te espera
en el umbral de un fuego que el fuego mismo abrasa:
te espero yo, inclinado como el trigo a la era,
colocando en el centro de la luz nuestra casa.

La noche desprendida de los pozos oscuros,
se sumerge en los pozos donde ha echado raíces.
Y tú te abres al parto luminoso, entre muros
que se rasgan contigo como pétreas matrices.

La gran hora del parto, la más rotunda hora:
estallan los relojes sintiendo tu alarido,
se abren todas las puertas del mundo, de la aurora,
y el sol nace en tu vientre donde encontró su nido.

El hijo fue primero sombra y ropa cosida
por tu corazón hondo desde tus hondas manos.
Con sombras y con ropas anticipó su vida,
con sombras y con ropas de gérmenes humanos.

Las sombras y las ropas sin población, desiertas,
se han poblado de un niño sonoro, un movimiento,
que en nuestra casa pone de par en par las puertas,
y ocupa en ella a gritos el luminoso asiento.

¡Ay, la vida: qué hermoso penar tan moribundo!
Sombras y ropas trajo la del hijo que nombras.
Sombras y ropas llevan los hombres por el mundo.
Y todos dejan siempre sombras: ropas y sombras.

Hijo del alba eres, hijo del mediodía.
Y ha de quedar de ti luces en todo impuestas,
mientras tu madre y yo vamos a la agonía,
dormidos y despiertos con el amor a cuestas.

Hablo y el corazón me sale en el aliento.
Si no hablara lo mucho que quiero me ahogaría.
Con espliego y resinas perfumo tu aposento.
Tú eres el alba, esposa.  Yo soy el mediodía.
Tejidos en el alba, grabados, dos panales
no pueden detener la miel en los pezones.
Tus pechos en el alba: maternos manantiales,
luchan y se atropellan con blancas efusiones.

Se han desbordado, esposa, lunarmente tus venas,
hasta inundar la casa que tu sabor rezuma.
Y es como si brotaras de un pueblo de colmenas,
tú toda una colmena de leche con espuma.

Es como si tu sangre fuera dulzura toda,
laboriosas abejas filtradas por tus poros.
Oigo un clamor de leche, de inundación, de boda
junto a ti, recorrida por caudales sonoros.

Caudalosa mujer, en tu vientre me entierro.
Tu caudaloso vientre será mi sepultura.
Si quemaran mis huesos con la llama del hierro,
verían qué grabada llevo allí tu figura.

Para siempre fundidos en el hijo quedamos:
fundidos como anhelan nuestras ansias voraces:
en un ramo de tiempo, de sangre, los dos ramos,
en un haz de caricias, de pelo, los dos haces.

Los muertos, con un fuego congelado que abrasa,
laten junto a los vivos de una manera terca.
Viene a ocupar el hijo los campos y la casa
que tú y yo abandonamos quedándonos muy cerca.

Haremos de este hijo generador sustento,
y hará de nuestra carne materia decisiva:
donde sienten su alma las manos y el aliento,
las hélices circulen, la agricultura viva.

Él hará que esta vida no caiga derribada,
pedazo desprendido de nuestros dos pedazos,
que de nuestras dos bocas hará una sola espada
y dos brazos eternos de nuestros cuatro brazos.

No te quiero a ti sola: te quiero en tu ascendencia
y en cuanto de tu vientre descenderá mañana.
Porque la especie humana me han dado por herencia,
la familia del hijo será la especie humana.

Con el amor a cuestas, dormidos y despiertos,
seguiremos besándonos en el hijo profundo.
Besándonos tú y yo se besan nuestros muertos,
se besan los primeros pobladores del mundo.
«A los moros por dinero;
a los cristianos de balde».
¿Quién es ésta que lo cumple?
Dígasmelo tú, el romance.
Yo, con mi fe de bautismo,
tras ella bebo los aires;
por moro me tienen todas:
dinero quieren que gaste.
En lenguaje de mujeres,
que es diferente lenguaje,
de balde es dos veces dé,
cosa que no entendió nadie.
Todas me llaman Antón,
todas me cobran Azarque,
y son, al daca y al pido,
mis billetes Alcoranes.
El sombrero que les quito
se les antoja turbante,
y mi prosa, algarabía,
por más español que hable.
Sin duda, romance aleve,
que, por sólo el consonante,
a los pordioseros fieles
les diste alegrón tan grande.
Y aquella maldita hembra,
para burlar el linaje
de los Baldeses de paga,
tocó a barato una tarde.
Iuego que el romance oí,
me llamaba por las calles
cristianísimo, sin miedo
del rey de Francia y sus Pares.
¿Adónde están los cristianos
que gozan de aqueste lance?:
que en el reino de Toledo
los Pedros pagan por Tarfes.
Si la que lo prometiste
en esa cazuela yaces,
más gente harás, si te nombras,
que las banderas de Flandes.
Doña Urraca diz que fue
la del pregón detestable:
que cosa tan mal cumplida
no pudo ser de otras aves.
Allá en la oscura hondonada,
Del sol a la luz incierta,
Se ve la casa desierta
En donde vivió mi amada.

En medio al maizal tupido,
Que se extiende hasta la loma,
Parece blanca paloma
Que cubre amorosa un nido.

Cuando es de noche en la honda
Y rumorosa cañada,
Voy a la casa olvidada,
Como alma en pena que ronda.

En el largo corredor
Sordo mi paso retumba...
Aquello parece tumba
Que no embalsama una flor!

Y me encamino a su reja
Y pongo el oído atento,
Y tan sólo escucho el viento
Que alza, al pasar, una queja.

Bajo cortina de hiedra,
Donde con voz de reproche
El aura gime en la noche,
Se encuentra un banco de piedra,

Y en él me siento a traer
A mi alma, que arropa el duelo,
Aquellas horas de cielo
Que nunca habrán de volver;

Horas en que ya sin calma,
Del amor en el exceso,
Temblaba en su labio el beso
Y en sus pupilas el alma;

Y en que su voz celestial
Mi corazón arrullaba,
Mientras la noche cantaba
En el frondoso maizal.

...¡Oh alma! en vano la nombras,
En vano buscas sus rastros!...
Serenos brillan los astros,
Y el perro ladra en las sombras.
Tú que hueles la flor de la bella palabra
acaso no comprendas las mías sin aroma.
Tú que buscas el agua que corre transparente
no has de beber mis aguas rojas.Tú que sigues el vuelo de la belleza, acaso
nunca jamás pensaste cómo la muerte ronda
ni cómo vida y muerte -agua y fuego- hermanadas
van socavando nuestra roca.Perfección de la vida que nos talla y dispone
para la perfección de la muerte remota.
Y lo demás, palabras, palabras y palabras,
¡ay, palabras maravillosas!Tú que bebes el vino en la copa de plata
no sabes el camino de la fuente que brota
en la piedra. No sacias tu sed en su agua pura
con tus dos manos como copa.Lo has olvidado todo porque lo sabes todo.
Te crees dueño, no hermano menor de cuanto nombras.
Y olvidas las raíces («Mi Obra», dices), olvidas
que vida y muerte son tu obra.No has venido a la tierra a poner diques y orden
en el maravilloso desorden de las cosas.
Has venido a nombrarlas, a comulgar con ellas
sin alzar vallas a su gloria.Nada te pertenece. Todo es afluente, arroyo.
Sus aguas en tu cauce temporal desembocan.
Y hechos un solo río os vertéis en el mar,
«que es el morir», dicen las coplas.No has venido a poner orden, dique. Has venido
a hacer moler la muela con tu agua transitoria.
Tu fin no está en ti mismo («Mi Obra», dices), olvidas
que vida y muerte son tu obra.Y que el cantar que hoy cantas será apagado un día
por la música de otras olas.
En el poniente
el esplendor del sol se diluía,
y mi caballero, en un vetusto puente,
meditaba y decía:

-«Judith, Ana y Arminda,
y Lidia, de labios sensuales,
Inés, la rubia linda,
todas fueron iguales!

»Soñadas alegrías
ya sois cual secas rosas!
Ay! Y en vano mis días, tristes días,
quisieran ser doradas mariposas...

»Cansáronme los besos, y el hastío
a mi lado ya veo.
Del desencanto invade mi corazón el frío,
y no he saciado nunca la sed de mi deseo.

»El alma traigo envuelta en una túnica
que ha tejido el Cansancio en horas tristes
¿En dónde estás, si existes?
¿En dónde estás, oh única?

»¡Responde al que te ama!
¡Debo olvidarte como bien perdido!
Responde al que en las sombras a ti clama;
¿Vives, moriste acaso... o no has nacido?

»Y no cruza ninguna mi camino,
Princesa rubia o bella
Zagala, sin que diga a mi destino:
¿será ella?

»Una niña vi un día
junto a una anciana de cabello cano,
y me dije: ¿Cuál de ellas es la mía?
¿Llegué tarde tal ves?... ¿Llegué temprano?

»Busco el jardín soñado
de sus encantos a la luz se abrieron,
y la llamo... ¡y tal vez pasó a mi lado,
y llorosos mis ojos no la vieron!

»Cuando creo que nunca he de encontrarte,
cómo sufro al pensar, oh dulce amada,
¡que quizá vives, sola y desgraciada,
y que no puedo ir a consolarte!

»Murió la Primavera; también pasó el Estío
y viene ya el Otoño las hojas arrancando,
y mientras en tu busca voy llorando,
me esperarás llorando, dueño mío.

»Y prosigo buscándote rendido,
aunque una voz en medio de las sombras
irónica me diga: la que nombras
ni vendrá... ni está muerta... ni ha nacido!»

Al extremo del puente, airosa dama
surge, suelta la rubia cabellera,
y su voz en el viento, pálida rosa, clama:
«Yo soy la que aguardabas. Ven, que mi amor
te espera».

El caballero parte...
                              Traicionero
Abismo era ese puente;
y al instante rodaron al torrente
caballo y caballero

Hervía un mar de sangre en el poniente
mientras de sangre el agua se teñía,
y allá, al extremo del hundido puente,
la dama reía... reía... reía.
con todo mi amor para Arturo Patricio Linares Salgado, de quien florece por ti


No llegué buscándote, ni sabiendo qué querías.
Y aun así, sin darme cuenta, ya eras parte de mis días.
No hubo promesas, ni fondo musical,
solo tú, hablando de lo normal.
Y yo, entendiendo que algo dentro de mí
ya no volvería a sentirse igual.

No era azul, ni rojo, ni gris.
Era verde
como lo que crece sin pedir permiso,
como lo que nace donde algo ya estaba listo.

Desde entonces, todo tiene tu esencia.
Tu forma de estar cambió mi presencia.
El café sabe distinto, el cielo brilla más,
las cosas simples pesan, como si el tiempo no pasara jamás.

Me sorprendió esta forma en la que te volviste mi raíz,
como si al respirar te amara más, como si mi cuerpo te dijera: “aquí”.
Como si mis manos recordaran tu piel
y al tocarla, entendieran que no era por placer,
sino por fe.

Fe en eso que no se explica,
en las miradas largas,
en tus muecas raras,
en la forma en que se abren mis grietas
cuando nombras mis palabras.

Amar(te) en 4 días, ¿quién lo habría dicho?
Pero no hubo prisa, solo un salto al abismo.
Un “te amo” que no fue grande ni dramático,
solo real, tan simple y tan mágico.

Y sigo sin saber cómo explicarte
que mi sombra se mueve al mirarte,
que mi piel busca tu contacto,
y mi cuerpo se enreda si no estás al tanto.

Que no hay forma lógica de sostener este temblor,
este deseo de contar tus sonrisas
y entender el idioma de tu voz.
Que cada segundo contigo
es un eco sin reloj.

No te conocía, y sin embargo te reconocía.
Como si algo mío, que dormía,
se despertara con tu risa,
y dijera: “era por aquí,
era este el punto de partida”.

Y aunque no sepa darle nombre,
ni quiera encerrarte en una definición,
te juro que hay algo en ti
que vale cada contradicción.

Así que si no entiendes todo lo que siento,
no importa.
Yo tampoco lo entiendo.

Solo sé que me pasa contigo,
como un campo que florece después del frío.
Como si por cada respiro tuyo
yo también respirara más mío.

Y si todo esto se reduce a dos palabras,
que sean estas:
te amo
aunque no haya rima,
aunque no haya calma,
aunque solo quede el alma,
mirándote crecer
mientras crezco entre tus ramas.
Con todo mi amor para Arturo Patricio Linares Salgado 💌.
Un poema en verso libre sobre la forma inesperada, cotidiana y mágica en la que el amor transforma todo, desde cosas simples como el café, la luz, la piel, los días, hasta cosas mas personales como el autoconocimiento a través de otra persona. Escribirlo fue una manera de dejar constancia de lo que siento, aunque todavía no encuentre todas las palabras.
Y, Arturo, si estás leyendo esto...
quiero darte las gracias por inspirarme todos los días.
Gracias a ti soy capaz de escribir, de sentir y de crecer de maneras que antes no conocía.
Este poema es solo un reflejo de lo mucho que transformas mi vida.

— The End —