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Mel Zalewsky Jun 3
Se moldeó a sí mismo,  
convirtiéndose en cuna  
para pétalos quemados,  
para flores que el fuego  
no pudo reducir a ceniza.  

No pregunta el precio de las rosas,  
ni exige colores brillantes.  
Abre sus brazos de cristal  
hasta a la planta más verde,  
a la que aún no aprende  
a florecer.  

Los espinos —afilados como mentiras—  
no logran rayar su superficie.  
Los envuelve en algodón,  
como si el amor  
pudiera domesticar  
hasta el filo de la herida.  

Su agua es rocío:  
lágrimas evaporadas  
de aquellas que nunca conocieron  
la lluvia.  

Y las rosas marchitas,  
ahora café como tierra vieja,  
gritan hacia sus letras grabadas,  
pidiendo que las palabras  
les devuelvan el rojo  
que perdieron.  

El girasol susurra  
las lecciones del otoño:  
"Incluso el sol se cansa  
de ser luz."

Pero el florero recuerda.  
Guarda el perfume  
de los besos que fueron savia,  
el eco de los tallos  
que alguna vez crecieron  
hacia algo más alto  
que el suelo.  

Él es el jardín  
de los corazones marchitos,  
el banco de madera noble  
para las flores  
que ya no levantan la cabeza.  

Y en sus versos tallados,  
la luz persiste —  
fotosíntesis de poesía—,  
alimentando lo que el mundo  
olvidó regar.

Ésto es para ustedes, para los de alma diferente.

Mel Zalewsky.
Mel Zalewsky May 27
Crecí entre rocas frías,  
sediento de tu agua.  
Tus nubes pasaron de largo,  
y el polvo se volvió mi banquete.  

La luz del sol —antes verdugo—  
ahora es mi cómplice.  
Bebo de sobras de rocío,  
de tus palabras evaporadas  
antes del amanecer.  

Me vestí de espinas,  
no por rencor,  
sino porque hasta el desierto  
merece guardianes.  

Y aun así,  
doy flores.  
Pequeñas,  
rojas como heridas recientes.  

No moriré  
para renacer en tu selva.  
Soy cactus:  
mi belleza  
es un acto de guerra  
contra la sequía.

Mel Zalewsky.

— The End —