Con la mente y el alma
de un niño de doce años,
gracias a la curiosidad intacta,
que aún late en él.
La de un hombre maduro
de cuarenta,
por la experiencia adquirida
con el paso de los años...
marcada por los desafíos que
le enseñaron los dones de
la paciencia,
la perseverancia y la
aceptación.
Y la de un anciano de ochenta,
sin la necesidad de tener
esa edad, por la paz
merecida y ganada,
tras haber cumplido con sus
deberes y responsabilidades:
por haber sido y ser el
mejor apoyo de sí mismo,
artífice de sus éxitos...
fiel y leal con sus
amigos y protector
de sus afectos.
Con el arte del saber
revitalizado y actualizado,
ante el universo del
entendimiento.
Donde siempre es más
lo desconocido que todos
los haces de luz posibles
por llegar...
ante el vasto
vacío de la ignorancia.
Y el tesoro del tiempo,
tan efímero como importante.
Firme, autodidacta e
independiente,
impulsado por la curiosidad
agrandada del niño
que lleva dentro.
Anda con su mochila
de siempre, cargada con savia
nueva y renovada...
manteniéndose activo
y consciente, siempre
en busca de más.
Y aunque sabe que,
por mucha que sea su
insistencia y tenacidad,
ante la inmensidad y lo
grandioso del
universo a explorar...
no alcanzará los confines
de lo que aún pueda formarse.
Ya que cuanto más hondo
es el asunto, otras mil
preguntas más.
Ante las complejas raíces que
se ciernen sobre él, y
entresijos que deben ser
resueltos y deshechos
hilo a hilo...
en un proceso interminable.
Aún así,
al igual que la raíz del
árbol, que se extiende
en busca del agua necesaria
para ser y estar:
él sigue firme en lo suyo,
buscando más claridad
y profundidad.
Gracias a la absoluta creencia
en lo que hace, su espíritu
curioso, tesón y ganas
de siempre saber más...
ni se conforma ni deja de hilar.
Pues al llegar a cierto
punto de la senda recorrida,
¿qué otra cosa mejor,
que la de
centrarse en la profundidad del
entendimiento, la intuición
y la razón?
De lo contrario, el tiempo,
impulsado por su
acomodación...
se convertirá en el
confidente silencioso,
de la ausencia de su
crecimiento.
Y como un insecto atrapado
en su propia tela de araña...
solo de conformismo y
estancamiento personal
su mochila podrá llenar.
Y no de la oportunidad
de seguir explorándose
a sí mismo,
y al grandioso universo al
que pertenece,
para de esa manera...
seguir evolucionando:
¡ por el arte
del vivir!