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Borges Jun 2014
Historia de mujeres en grupo que se matan cargándose de la risa porque saben que hay algo más especial.

Kumiko, era pelirroja ansiana de 76 años con ojos verdes, tenía elegancia al caminar en su casa de madera, y era extraordinaria al hacer te sencha traído de un horizonte. Kumiko tenía nueve hijos, una mama llamada Dera, que tenía 98 años y se relacionaban muy bien, más que amigas. Un día se enamoraron las dos de una niña caminando por el parque las hizo mal pensar que la historia no varía, se entrega y se apasiona. Que sería de la elegancia? Porque se murió la elegancia en los ciencuenta, que le paso a las actrizes cuando los ojos  ya no lloran, cuando acaban de matar a los gatos en Haití y los amantes de Cortázar se mueven en su cuento. Si conocéis esa historia eres Sancho y el es más chistoso que el. El hombre de la Triste Figura es serio, como un árbol sin nombre o la Pampa sin lluvia.
Short Story Cortazar Los Premios Rayuela El Aleph Ficciones El Libro De Arena
Josias Barrios Apr 2015
Estando detrás de ti, ese instante que tuve tu cuerpo entre mis brazos, tocando cada centimetro delicadamente para poder liberar gemidos de placer. El suave aroma de tu pelo y el sabor de tu piel enamoraron mis sentidos, tan dulce como la miel de abeja.  Esos ojos juguetones que me hipnotizan cada vez que pierdo la mirada en el abismo de los deseos y fantasias, esos labios que nunca he llegado a tocar, eluden los mios como el sol a la luna cada noche y cada amanecer.
En un mundo donde los recuerdos podían guardarse en cristales, vivía un joven llamado Elian, un constructor de memorias. Él no fabricaba casas ni puentes, sino momentos: escenas para que las personas pudieran revivir los instantes más importantes de su vida.

Un día, llegó al taller una muchacha con los ojos como lunas de agua: se llamaba Liora. Había perdido a alguien y quería crear un recuerdo que no doliera al tocarlo. Elian aceptó el encargo, y durante semanas trabajaron juntos, hilando imágenes, risas y atardeceres que ella apenas recordaba.

En ese tiempo, sin querer, sin buscarlo, se enamoraron.

No fue un amor inmediato, sino uno que floreció como una flor de invierno: lento, callado, pero imposible de ignorar.
Elian dejó de fabricar recuerdos para otros. Solo quería vivirlos con ella.

Y así pasaron los años. Rieron, lloraron, se cuidaron. Elian empezó a guardar todos sus momentos juntos en un cristal especial que nunca mostró a nadie. Lo llamaba "el corazón del tiempo", y dentro de él latía su historia de amor.

Pero Liora comenzó a olvidar.

Primero fue su cumpleaños. Luego, el nombre del árbol donde solían recostarse. Y un día, miró a Elian sin reconocerlo.

—¿Nos conocemos? —le preguntó con una ternura que partía el alma.

Elian no lloró frente a ella. Solo asintió y sonrió.

—Tal vez sí, tal vez no… pero puedo contarte una historia, si querés.

Y cada día, Elian le contaba su propia historia de amor, como si fuera un cuento inventado. Le hablaba del joven que amó a una chica de ojos de luna, de los paseos bajo la lluvia, de los silencios compartidos.

Y Liora sonreía, como si algo en su corazón recordara, aunque su mente no pudiera.

Pero el olvido fue implacable. Una noche, Liora cerró los ojos y no volvió a abrirlos. Elian la sostuvo en sus brazos hasta el amanecer, repitiéndole una y otra vez la última frase de su cuento:

—Y si te olvido, ¿me amarás otra vez?

Después de su muerte, Elian rompió el cristal que guardaba su historia. Dejó que los fragmentos se esparcieran por el viento, para que cada pedazo de su amor volara lejos, como semillas de algo eterno.

Nunca volvió a fabricar memorias. Solo caminaba por el mundo, contando su historia a quien quisiera escucharla, con la esperanza de que, en otro lugar, en otro tiempo… Liora volviera a encontrarse con él y se enamorara otra vez.
Hola, soy un pequeño escritor. Saludos a todos.

— The End —