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Nacen puestos de gafas, y una piel de levita,
y una perilla obscena de culo de bellota,
y calvos, y caducos. Y nunca se les quita
la joroba que dentro del alma les explota.

Pedos con barbacana, ceremoniosos pedos,
de su senil niñez de polvo enlevitado,
pasan a la edad plena con polvo entre los dedos,
sonando a sepultura y oliendo a antepasado.

Parecen candeleros infelices, escobas
desplumadas, retiesas, con toga, con bonete:
una congregación de gallardas jorobas
con callos y verrugas al borde del retrete.

Con callos y verrugas, y coles y misales,
la dignidad del asno se rebela en la enjalma,
mirando estos cochinos tan espirituales
con callos y verrugas en la extension del alma.

Alma verruguicida, callicida la vuestra.
Habéis nacido tiesos como los monigotes,
y vivís de puntillas, levantando la diestra
para cornamentar la voz y los bigotes.

Saludáis con el ano, no arrugáis nunca el traje,
disimuláis los cuernos con laureles de lata.
No paráis en la tierra, siempre vais de viaje
por un pais de luna maquinal, mentecata.

Nacéis inventariados, morís previa promesa
de que seréis cubiertos de estatuas y coronas.
Vais como procesados por el sol, que procesa
aquello que señala delito en las personas.

Os alimenta el aire sangriento de un juzgado,
de un presidio siniestro de abogados y jueces.
Y concedéis los pedos por audiencia de un lado,
mientras del otro lado jodéis, meáis a veces.


Herís, crucificáis con ojos compasivos,
cadáveres de todas la horas y los días:
autos de poca fe, pastos de los archivos,
habláis desde los púlpitos de muchas tonterías.

Nunca tenga que ver yo con estos doctores,
estas enciclopedias ahumanas, aplastantes.
Nunca de estos filósofos me ataquen los humores,
porque sus agudezas me resultan laxantes.

Porque se ponen huecos igual que las gallinas
para eructar sandeces creyéndose profundos:
porque para pensar entran en las letrinas,
en abismos rellenos de folios moribundos.

Sentenciosas tinajas vacías, pero hinchadas,
se repliegan sus frentes igual que acordeones,
y ascienden y descienden, tortugas preocupadas,
y el corazón les late por no sé qué rincones.

No se han hecho para estos boñigos los barbechos,
no se han hecho para estos gusanos las manzanas.
Sólo hay chocolateras y sillones deshechos
para estas incoherencias reumáticas y canas.

Retretes de elegancia, cagan correctamente:
hijos de puta ansiosos de politiquerías,
publicidad y bombo, se corrigen la frente
y preparan el gesto de las fotografías.

Temblad, hijos de puta, por vuestra puta suerte,
que unos soldados de alma patética deciden:
ellos son los que tratan la verdadera muerte,
ellos la verdadera, la ruda vida piden.

La vida es otra cosa, sucios señores míos,
más clara, menos turbia de folios, de oficinas.
Nadan radiantemente sus cuerpos en los ríos
y no usan esa cara de múltiples esquinas.

Nunca fuisteis muchachos, y queréis que persista
un mundo aparatoso de cartón estirado,
por donde el cartón vaya paticojo y turista,
rey entre maniquíes de pulso congelado.

Venís de la Edad Media donde no habéis nacido,
porque no sois del tiempo presente ni del ausente.
Os mata una verdad en el caduco nido:
la que impone la vida del siempre adolescente.

Yo soy viejo: tan viejo, que el primer hombre late
dentro de mis vividos y veintisiete años,
porque combato al tiempo y el tiempo me combate.
A vosotros, vencidos, os trata como a extraños.
Trapos, calcomanías, defunciones, objetos,
muladares de todo, tinajas, oquedades,
lápidas, catafalcos, legajos, mamotretos,
inscripciones, sudarios, menudencias, ruindades.

Polvos, palabrería, carcoma y escritura,
cornisas; orinales que quieren ser severos,
y se llevan la barba de goma a la cintura,
y duermen rodeados de siglos y sombreros.

Vilmente descosidos, pálidos de avaricia,
lo que más les preocupa de todo es el bolsillo.
Gotosos, desastrosos, malvados, la injusticia
se viste de acta en ellos con papel amarillo.

Los veréis adheridos a varios ministerios,
a varias oficinas por el ocio amuebladas.
Con el **** en la boca canosa, van muy serios,
trucosos, maniobreros, persiguiendo embajadas.

Los veréis sumergidos entre trastos y coños
internacionalmente pagados, conocidos:
pasear por Ginebra los cojones bisoños
con cara de inventores mortalmente aburridos.

Son los que recomiendan y los recomendados.
La recomendación es su procedimiento.
Por recomendación agonizan sentados
donde la muerte cómoda pone su ayuntamiento.

Cuando van a acostarse, se quitan la careta,
el disfraz cotidiano, la diaria postura.
Ante su sordidez se nubla la peseta,
se agota en su paciencia la estatua más segura.

A veces de la mala digestión de estos cuervos
que quieren imponernos su vejez, su idioma,
que quieren que seamos lenguas esclavas, siervos,
dependen muchas vidas con signo de paloma.

A veces son marquesas íntimas de ambiciones,
insaciables de joyas, relumbronas de trato:
fracasadas de título, caballares de acciones,
dispuestas a llevar el mundo en el zapato.

Putonas de importancia, miden bien la sonrisa
con la categoría que quien las trata encierra:
políticas jetudas, desgastan la camisa
jodiendo mientras hablan del drama de la guerra.

Se cae de viejo el mundo con tanto malotaje.
Hijos de la rutina bisoja y contrahecha,
valoran a los hombres por el precio del traje,
cagan, y donde cagan colocan una fecha.

Van del hotel al banco, del hotel al paseo
con una cornamenta notable de aire insulso.
Es humillar al prójimo su más noble deseo,
y el esfuerzo mayor le hacen meando a pulso.

Hemos de destrozaros en vuestras legaciones,
en vuestros escenarios, en vuestras diplomacias.
Con ametralladoras cálidas y canciones
os ametralllaremos, prehistóricas desgracias.

Porque, sabed: llevamos mucha verdad metida
dentro del corazón, sangrando por la boca:
y os vencerá la ferrea juventud de la vida,
pues para tanta fuerza tanta maldad es poca.

La juventud, motores, ímpetus a raudales,
contra vosotros, viejos exhombres, plena llueve:
mueve unánimemente sus músculos frutales,
sus máquinas de abril contra vosotros mueve.

Viejos exhombres viejos: ni viejos tan siquiera.
La vejez es un don que cederá mi frente,
y a vuestro lado es joven como la primavera.
Sois la decrepitud andante y maloliente.

Sois mis enemiguitos: los del mundo que siento
rodar sobre mi pecho más claro cada día.
Y con un soplo sólo de mi caliente aliento,
con este soplo dicté vuestra agonía.
Nos separamos ambos de mal humor. ¿Por qué?
Y después de que tanto prometimos un día
Amarnos siempre, pero... la culpa no fue mía,
Y aunque insistas, no puedes decir que yo empecé.
Fuiste tú. Tú empezaste. Tal vez ambos... Tú... yo...
Mas te confieso, no
Fuiste tú. ¿Me has oído? Ni yo... Franco seré.
Él sólo responsable de todo el amor fue.
Y saliste enojada. Tu adiós me sonó mal,
Y cambiamos palabras duras en el umbral.
Hizo explosión mi orgullo, que tanto tiempo, tanto,
Contuve, y reprimías en los ojos el llanto.

Extraño es, pero cierto. Desde que nos unimos
Parece, así lo creo, que odiándonos vivimos.
Y la culpa no es tuya. Tampoco culpa mía.
Me quieres. No lo niego. Negarlo no podría,
Y te he amado. Y te amo con afecto leal.
Mas tal vez las disputas, del carácter igual
Que tenemos, dependen; de que siempre nos vemos,
Y quizás de que mucho los dos nos conocemos.

Así nuestros defectos se muestran con frecuencia,
Sin que haya en nuestras almas un poco de indulgencia.
Comprenderse de sobra no es nunca conveniente,
Porque viene el análisis al punto. Y a la mente
La incertidumbre llega fatal. Y no tenemos
En el amor confianza, pues de él siempre tememos
El vernos traicionados. Mira: un momento hacía
Que tú y yo nos amábamos. Pero ambos pretendemos,
Como extraña manía,
Amarnos en la vida de modo extraordinario,
Y, viéndolo bien, eso no es nunca lo ordinario.
Y nos atormentamos. Ya amarnos con locura
Es difícil. Mas oye. Juzgo que la cordura
Exige, de nosotros que menos nos veamos.
Cierto es que nos amamos,
Mas de hablar de eso siempre se cansa uno y se irrita.
Y para estar tranquilos nuestra alma necesita
No vernos con frecuencia. Y esto no es un capricho.
Verás que cuando vuelvas, muchas cosas tendremos
Para decirnos, cosas que no nos hemos dicho,
Y entonces, sí, felices, muy felices seremos.
Vamos a amarnos mucho, mucho nos amaremos.
Pensar en dichas nuevas no es esperanza vana,
Estoy de ello seguro. Lo verás, sí, tesoro
De mi vida. ¡Te adoro!...

Y trata de que vuelvas más temprano mañana.
Mel Zalewsky Jun 6
I.
Para los que ahora son tierra,  
para los que un día  
abrieron los ojos bajo el mismo sol que nosotros,  
pero los cerraron  
bajo cielos de alambre de púas.  

Para los que en su último suspiro  
no vieron banderas,  
sino el reflejo de sus hijos  
riendo en el lago de la infancia,  
ese que nunca más se atreverá  
a congelarse en invierno.  

II.
Este poema es para los del Este y el Oeste,  
para los que empuñaron armas  
sin entender los mapas  
que otros trazaron con reglas de oro.  


III.
Para los que los árboles abrazaron  
como a hijos perdidos,  
para los que la nieve
convirtió en estatuas de recuerdo  
—soldados de escarcha  
que nunca desertaron—.  

Para los que ya no dependen  
del trigo o la miel,  
sí del plomo que silba,  
del acero que muerde,  
de la pólvora que florece  
en jardines de horror.  

IV.
Para los que cada noche  
le piden a la luna:  
"Cúbrenos con tu falda de plata,  
que el enemigo no vea  
nuestros fantasmas  
recogiendo los dientes  
que se les cayeron  
al gritar el nombre de sus hijos.

V.
Para los retoños  
que soñaron ser robles,  
pero fueron arrancados  
verdes aún,  
y arrojados al fuego  
como leña maldita.  

Para los padres  
que enterraron  
pedazos de su alma  
en uniformes  
demasiado grandes  
para cuerpos  
demasiado pequeños.  

VI.
Para los que respiran  
pólvora y nostalgia  
en trincheras  
que son tumbas  
con vista al cielo.  

Para los que fuman  
su último cigarrillo  
—ritual de humo y resignación—  
sabiendo que jamás verán  
a su hija bailar en su boda,  
a su hijo aprender  
a atarse los zapatos.  

VII.
Para los que buscan  
entre los escombros carnes amadas:  
una mano que aún sostenga  
la foto de una esposa,  
un corazón que siga latiendo  
aunque el uniforme  
esté pintado de rojo.  

VIII.
Para los que creyeron  
que su sangre regaría  
huertos de girasoles,  
no líneas imaginarias  
en la tierra de nadie.  

IX.
Pero no es para ustedes,  
señores de corbata y discursos,  
que beben champán  
mientras firman órdenes  
con plumas de oro.  

No es para los que duermen  
entre sábanas de seda  
y sueñan con medallas  
que nunca mancharán  
sus pechos impecables.  

Ustedes, que juegan ajedrez  
con nuestras vidas,  
que muelen soldados  
como si fueran granos de café  
para un simple desayuno.

X.
Esto es para los mutilados,  
los que perdieron  
no solo piernas o brazos,  
sí la capacidad  
de creer en el rojo de las amapolas  
sin ver la sangre.  


XI.
Para ellos,  
las semillas enterradas  
que algún día  
—cuando la guerra sea  
solo un verso maldito  
en los libros de historia—  
brotarán como flores  
a través de los cascos oxidados,  
como un último acto de amor  
de la tierra  
que nunca quiso beber de su sangre.  

Ucranianos y Rusos, Rusos y Ucranianos.

Mel Zalewsky.
"Este poema es un homenaje a todas las almas que han sido y son víctimas del conflicto, en cualquier lugar del mundo. Es un grito por el costo humano de la guerra, más allá de cualquier bandera o bando. Este poema es una reflexión poética sobre la devastadora realidad de la guerra y el inmenso sufrimiento que acarrea para quienes la viven en carne propia. Dedicado a la memoria de todas las vidas afectadas por el conflicto".

— The End —