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Los nombres de Dios y en particular de su representante
llamado Jesús o Cristo, según textos y bocas,
han sido usados, gastados y dejados
a la orilla del río de las vidas
como las conchas vacías de un molusco.

Sin embargo, al tocar estos nombres sagrados
y desangrados, pétalos heridos,
saldos de los océanos del amor y del miedo,
algo aún permanece: un labio de ágata,
una huella irisada que aún tiembla en la luz.

Mientras se usaban los nombres de Dios
por los mejores y por los peores, por los limpios y por los sucios,
por los blancos y los negros, por ensangrentados asesinos
y por las víctimas doradas que ardieron en ******,
mientras Nixon con las manos
de Caín bendecía a sus condenados a muerte,
mientras menos y menores huellas divinas se hallaron en la playa,
los hombres comenzaron a estudiar los colores,
el porvenir de la miel, el signo del uranio,
buscaron con desconfianza y esperanza las posibilidades
de matarse y de no matarse, de organizarse en hileras,
de ir más allá, de ilimitarse sin reposo.

Los que cruzamos estas edades con gusto a sangre,
a humo de escombros, a ceniza muerta,
y no fuimos capaces de perder la mirada,
a menudo nos detuvimos en los nombres de Dios,
los levantamos con ternura porque nos recordaban
a los antecesores, a los primeros, a los que interrogaron,
a los que encontraron el himno que los unió en la desdicha
y ahora viendo los fragmentos vacíos donde habitó aquel nombre
sentimos estas suaves sustancias
gastadas, malgastadas por la bondad y por la maldad.
M Jul 14
El momento en que supe lo que sentía por ti,
no fue ruidoso, no fue repentino,
solo un gesto silencioso hacia los papelitos
que dejaste atrás.

Pequeños cuadros con tu letra apurada,
dejados sobre el mostrador,
pegados en monitores.
Usa esto si se te olvida, dijiste,
dimensiones anotadas para que yo recordara.

Pequeños cuadros de guía silenciosa
mientras yo aún aprendía el ritmo,
aún con algo de nervios.
Tus notas visibles,
justo cuando más las necesitaba.

No tenías que escribirlas,
pero lo hiciste.
Cada una fue un gesto pequeño
que solo yo noté.
De entre todas las personas,
me elegiste a mí para ayudar,
a tu manera callada.

Pero para mí, fueron todo.
Comencé a guardarlas
como cartas de amor disfrazadas
en tinta de oficina.

Recordatorios de que alguna vez
estuviste lo suficientemente cerca
como para dejar huellas.

Ya pasó un año.
El trabajo cambió.
Tú cambiaste.
Yo cambié.
Pero las notas…
todavía están guardadas
en mi caja de recuerdos.
Esquinas suaves por el tiempo,
la tinta desvaneciéndose,
pero no el sentimiento.

Tal vez las guardé
porque una parte de mí
todavía te guarda a ti.
Incluso en tus gestos más pequeños,
dejaste una marca.
Y nunca he sido buena
para soltar lo que alguna vez
se sintió real.
Para AA.

— The End —