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A puro sol escribo, a plena calle,
a pleno mar, en donde puedo canto,
sólo la noche errante me detiene
pero en su interrupción recojo espacio,
recojo sombra para mucho tiempo.

El trigo ***** de la noche crece
mientras mis ojos miden la pradera
y así de sol a sol hago la llaves:
busco en la oscuridad las cerraduras
y voy abriendo al mar las puertas rotas
hasta llenar armarios con espuma.

Y no me canso de ir y de volver,
no me para la muerte con su piedra,
no me canso de ser y de no ser.

A veces me pregunto si de dónde,
si de padre o de madre o cordillera
heredé los deberes minerales,

los hilos de un océano encendido
y sé que sigo y sigo porque sigo
y canto porque canto y porque canto.

No tiene explicación lo que acontece
cuando cierro los ojos y circulo
como entre dos canales submarinos,
uno a morir me lleva en su ramaje
y el otro canta para que yo cante.

Así pues de no ser estoy compuesto
y como el mar asalta el arrecife
con cápsulas saladas de blancura
y retrata la piedra con la ola,
así lo que en la muerte me rodea
abre en mí la ventana de la vida
y en pleno paroxismo estoy durmiendo.
A plena luz camino por la sombra.
Vino color de día,
vino color de noche,
vino con pies de púrpura
o sangre de topacio,
vino,
estrellado hijo
de la tierra,
vino, liso
como una espada de oro,
suave
como un desordenado terciopelo,
vino encaracolado
y suspendido,
amoroso,
marino,
nunca has cabido en una copa,
en un canto, en un hombre,
coral, gregario eres,
y cuando menos, mutuo.
A veces
te nutres de recuerdos
mortales,
en tu ola
vamos de tumba en tumba,
picapedrero de sepulcro helado,
y lloramos
lágrimas transitorias,
pero
tu hermoso
traje de primavera
es diferente,
el corazón sube a las ramas,
el viento mueve el día,
nada queda
dentro de tu alma inmóvil.
El vino
mueve la primavera,
crece como una planta la alegría,
caen muros,
peñascos,
se cierran los abismos,
nace el canto.
Oh tú, jarra de vino, en el desierto
con la sabrosa que amo,
dijo el viejo poeta.
Que el cántaro de vino
al beso del amor sume su beso.

Amor mío, de pronto
tu cadera
es la curva colmada
de la copa,
tu pecho es el racimo,
la luz del alcohol tu cabellera,
las uvas tus pezones,
tu ombligo sello puro
estampado en tu vientre de vasija,
y tu amor la cascada
de vino inextinguible,
la claridad que cae en mis sentidos,
el esplendor terrestre de la vida.

Pero no sólo amor,
beso quemante
o corazón quemado
eres, vino de vida,
sino
amistad de los seres, transparencia,
coro de disciplina,
abundancia de flores.
Amo sobre una mesa,
cuando se habla,
la luz de una botella
de inteligente vino.
Que lo beban,
que recuerden en cada
gota de oro
o copa de topacio
o cuchara de púrpura
que trabajó el otoño
hasta llenar de vino las vasijas
y aprenda el hombre oscuro,
en el ceremonial de su negocio,
a recordar la tierra y sus deberes,
a propagar el cántico del fruto.
Gonzalitu Mar 2018
Tiranos momentos, se encuentran tan lejos.
Gobiernan las vistas, gobiernan lo nuestro.
Difuso y añejo, de tu rostro, el recuerdo.
Ya pocos y fríos son nuestros encuentros.

Tirano es el tiempo, te mueves tan recto.
Inalterable, ni con el mejor beso.
Te esfumas, te aprieto, te escurres de nuevo.
Por favor, sólo este instante deseo.

Y ella, pospone la visita, a mí, enfermo.
Por simples deberes.
Compromisos, trabajos o  paseos.

Nuestra despedida, desatada nos viene.
Aprovecha, estoy todavía despierto.
Hay algo que aún no comprendes.
Lo mio por ti, no es eterno.

Estoy aquí, aguardando el llamado.
Ven cuanto antes, que te quiero.
Te espero, te espero escribiendo.
A way too personal reflection about shared time.
Jesus Aug 13
Ante las redes sociales,
los programas basura,
y el entretenimiento
vacío y tóxico.

Ante las imposiciones,
los deberes sin sentido,
y la falta de información.

Ante las prisas,
las incongruencias
generalizadas,
y la falta de humanidad.

En todas las dimensiones:
la fusión perfecta,
despertar y encuentro,
dos en uno,
en un mismo latir.


No por obra de lo divino,
caído del cielo,
ni hallado por el camino.

Barco, motor y vela,
con la profundidad
necesaria:
capitán de su alma
ha de ser…

Solo quien se enfrente,
quien luche,
quien nunca ceda
ante la corriente.

Pero, sobre todo,
quien en sí mismo
profundice y clarifique
lo que realmente quiere ser.

¡Capitán de su alma!
Ante todo el universo
y toda la eternidad...

un día sí
y otro también.
Tamara Toska Aug 3
Te elegí.
Y no fue casual.
Ni por falta.
Ni por costumbre.
Fue porque eras tú.
Y nadie más.

Te elegí cuando caminabas como un potro salvaje,
ágil, veloz, como si volaras por el mundo sin darte cuenta,
con esa fuerza desbordada que no pedía permiso
y que a mí me dejaba sin palabras.
Te miraba moverte y no sabía si quería alcanzarte…
o simplemente contemplarte.

Y también te elegí cuando el tiempo te volvió más hombre,
más contenido, más claro.
Cuando ya no corrías como antes,
pero brillabas distinto.
Te volviste un sol maduro:
menos impulso, más sentido.
Luz que no arde, pero acompaña.
Eras presencia serena,
conciencia que ya entendía de deberes y pausas,
y aún así, seguías siendo tú.
Más sabio. Más completo.

Te elegí también por tu aroma,
masculino, profundo, como a sándalo.
Ese olor que no se olvida,
que parecía nacer de tu piel,
y que a mí me daban ganas de respirar más de cerca,
como si al abrazarte pudiera empaparme de ti,
llenarme de eso que eras…
y quedarme así un instante más.

Estar contigo era sentir que lo ordinario podía ser maravilloso.
Las cosas simples —una conversación tranquila, verte trabajar,
un momento en silencio, el cruce de una mirada—
tenían un brillo distinto si tú estabas cerca.
Había una paz suave, una alegría callada,
como si el mundo se hiciera más habitable solo porque tú lo habitabas también.

Incluso un almuerzo preparado por ti —con esos sabores sencillos,
con tus manos midiendo sin reglas pero con cariño—
tenía algo especial.
Era alimento, pero también era gesto, era casa.
Y yo me quedaba ahí,
queriendo quedarme más.

Te elegí porque me hacías reír, pensar, dudar, aprender.
Porque podíamos hablar de lo importante…
y aunque no siempre fuera fácil,
buscabas entender.

Y a veces, ni siquiera hacía falta que estuvieras cerca.
Con solo verte un instante,
escuchar una palabra de tu voz,
o recibir un simple mensaje tuyo…
todo cambiaba.

Los problemas se deshacían sin explicación.
El mundo se teñía de rosa,
y el día, por gris que fuera, se volvía más claro,
como si tu presencia —aunque lejana—
pudiera encender la luz de todo.

Te elegí también por lo que me inspirabas sin saberlo.
Había momentos en los que te ponías nervioso,
cuando algo no salía como esperabas
y una sombra de vergüenza pasaba por tu rostro.
Pero a mí, eso no me alejaba…
me desbordaba de ternura.

Quería abrazarte, cubrirte con calma,
decirte sin palabras que estabas bien,
que yo te quería así, con todo.
Y a veces, esa ternura —tan limpia, tan honda—
se transformaba sin aviso.

Como llama que crece desde una brasa pequeña,
mi cuerpo también respondía.
No era solo ternura. Era deseo que sabía esperar.
Un querer acercarme no solo al alma…
sino también a tu piel.

Mi deseo por ti era completo y secreto.
Vivía en mi piel, en mi respiración,
en el impulso de abrazarte más tiempo del que se permite.

En la forma en que imaginaba quedarme contigo,
recostada en tu pecho,
mientras tus manos me acariciaban
como si supieran exactamente dónde nacía la emoción.

Haciéndome sentir tanto,
que dolía un poco…
como duelen las cosas hermosas
cuando son demasiado verdaderas.

Te deseé en silencio,
con ternura y con fuerza.
Quise desnudarte el alma…
y también el cuerpo.

Quise abrazarte sin prudencia,
besar tus dudas,
deshacer tu calma.
Te amaba también así.

Desde lo físico.
Desde lo más humano.
Desde donde el amor también arde.
Te elegí porque, sin querer, me inspirabas a ser mejor.

Porque eras tú:
sencillo y complejo,
fuerte y sensible.

Con una voz que, cuando hablaba con verdad,
aún podía enamorarme.

Te elegí por la forma en que mirabas,
por los puentes que sabías crear con tus palabras,
por el juego honesto de conocerse.
Por cómo cuidabas lo que no sabías decir.

Y sí…
Te elegí entonces,
y si pudiera elegir otra vez,
volvería a hacerlo.

No porque te idealice.
No porque no haya otro camino.

Sino porque aún hoy,
con todo lo que sé,
con todo lo vivido,
con todo lo que ya no es…
Sigues siendo tú.
Jesus Aug 25
Quien evoluciona, comprende.  
Quien comprende,
actúa en consecuencia.  

Si es así,  
la supervivencia humana
deja de ser un fin  
para convertirse en un medio:  
el camino hacia la
evolución personal  
y la entrega...

Llegar a lo mejor de uno mismo  
para ofrecerlo a los demás  
y partir sin certezas,  
pero con los deberes cumplidos.  

Generación tras generación,  
en un ciclo perpetuo
de aprendizaje,  
entrega y crecimiento.  

¿Es este el pilar esencial  
de toda existencia humana?  

Sin duda, para mí, sí.  
Estemos programados
para ello o no.  

Por eso,  
más allá del estatus,
del yo y del rol,  
el conocimiento profundo  
no habita en los libros,  
sino en la experiencia.  

Cuando esta es vivida
con conciencia,  
nos conduce al
conocimiento esencial...

al porqué y al para qué  
de nuestra propia existencia.  

Si esta visión del
propósito fundamental  
alcanza lo mejor
de uno mismo,  
siempre con voluntad
de mejora,  
es acertada en su
totalidad, entonces...  

¿Participamos en un juego
eterno e invisible?  
¿Una danza silenciosa,
imposible de descifrar?  

¿O formamos parte de
un ciclo
generacional infinito  
que aún no comprendemos?
Jesus 4d
Con la mente y el alma
de un niño de doce años,
gracias a la curiosidad intacta,
que aún late en él.

La de un hombre maduro
de cuarenta,
por la experiencia adquirida
con el paso de los años...

marcada por los desafíos que
le enseñaron los dones de
la paciencia,
la perseverancia y la
aceptación.


Y la de un anciano de ochenta,
sin la necesidad de tener
esa edad, por la paz
merecida y ganada,
tras haber cumplido con sus
deberes y responsabilidades:

por haber sido y ser el
mejor apoyo de sí mismo,
artífice de sus éxitos...

fiel y leal con sus
amigos y protector
de sus afectos.


Con el arte del saber
revitalizado y actualizado,
ante el universo del
entendimiento.

Donde siempre es más
lo desconocido que todos
los haces de luz posibles
por llegar...

ante el vasto
vacío de la ignorancia.

Y el tesoro del tiempo,
tan efímero como importante.

Firme, autodidacta e
independiente,
impulsado por la curiosidad
agrandada del niño
que lleva dentro.


Anda con su mochila
de siempre, cargada con savia
nueva y renovada...

manteniéndose activo
y consciente, siempre
en busca de más.

Y aunque sabe que,
por mucha que sea su
insistencia y tenacidad,
ante la inmensidad y lo
grandioso del
universo a explorar...

no alcanzará los confines
de lo que aún pueda formarse.

Ya que cuanto más hondo
es el asunto, otras mil
preguntas más.

Ante las complejas raíces que
se ciernen sobre él, y
entresijos que deben ser
resueltos y  deshechos
hilo a hilo...

en un proceso interminable.

Aún así,
al igual que la raíz del
árbol, que se extiende
en busca del agua necesaria
para ser y estar:

él sigue firme en lo suyo,
buscando más claridad
y profundidad.

Gracias a la absoluta creencia
en lo que hace, su espíritu
curioso, tesón y ganas
de siempre saber más...

ni se conforma ni deja de hilar.

Pues al llegar a cierto
punto de la senda recorrida,
¿qué otra cosa mejor,
que la de
centrarse en la profundidad del
entendimiento, la intuición
y la razón?

De lo contrario, el tiempo,
impulsado por su
acomodación...

se convertirá en el
confidente silencioso,
de la ausencia de su
crecimiento.

Y como un insecto atrapado
en su propia tela de araña...

solo de conformismo y
estancamiento personal
su mochila podrá llenar.

Y no de la oportunidad
de seguir explorándose
a sí mismo,
y al grandioso universo al
que pertenece,
para de esa manera...

seguir evolucionando:
¡ por el arte
del vivir!

— The End —