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Helsy Flores Aug 2016
Ella quería construir
Él sólo sabía destruir
Ella buscaba lo positivo
Él siempre tan negativo

Ella caía en sus redes
Él ponía paredes
Ella le daba flores
Él le daba desamores

Ella por las noches lloraba
Él con sus palabras la lastimaba
Ella por él cambiaba
Él igual se quedaba

Un mundo tenían por descubrir
Tantas aventuras por vivir
Pero él prefirió rendirse
Y a ella no le quedó más que irse
Agosto 11, 2016
M Suárez Nov 2016
¿Por qué siento mi corazón en llamas desde anoche? Hasta físicamente lo siento. Un ardor como cuando te cortas entre los dedos con una hoja de papel. Como cuando sientes que la piel se desgarra al caer.
He pensado más en la muerte estos días. Estando en el techo de Camilo, mientras salimos a ver la luna, no pude evitar pensar si la caída me mataría o solo me dejaría parapléjica. Son solo cinco pisos. En el metro he tenido los mismos pensamientos. Me asomo a ver si se acerca el tren y pienso en qué pasaría si finjo que me tropiezo, ¿qué pasaría si me dejo caer a las vías?
Otras veces solo quiero desaparecer. He pensado en irme sin decir nada. Sin ropa y sin avisar. El otro día fantaseaba con estar en mi lugar favorito de Playa del Carmen. Una banca que estaba en la primera planta de la salita de espera del muelle hace unos años. Cuando aún era una palapa y todo era de madera. Hace tanto que no voy. La última vez recuerdo que sólo la vi por fuera y está tan cambiada. Y me arrepentí de no haberme muerto allí, cuando aún me era mágico. E imaginé que tomaba muchas pastillas, me dirigía allí con un libro en la mano (García o Storni, cambiaba constantemente). Y me sentaba, leía un párrafo o dos. Sentía como mi cuerpo se adormecía. Dejaba el libro de lado y tomaba una última postal con los ojos de lo bello que es el mar. Cerraba los ojos. Desde que leí las distintas versiones de cómo murió Alfonsina, la del mar es mi favorita. Pero mi mayor miedo es morir ahogada, así que no fantaseo mucho sobre eso. Porque soy lo suficientemente cobarde como para no hacerme daño. Porque si muero quiero que sea rápido.
No lo haré ahora. Y no porque aún tenga pendientes. En realidad no los tengo. Sino porque aún me da miedo. Me da miedo qué sigue y aún creo en el castigo divino. Mi mayor miedo es el dolor que se debe sentir cuando uno muere. Como muchos suicidas han sido exitosos en sus ganas de morir, no pueden decirnos qué se siente. Ciertamente los muertos no hablan ni escriben historias. Me he preguntado si es como en las películas, si sientes que el alma se sale de tu cuerpo. Tengo la idea de que sí. Definitivamente creo en el alma, si no, no tendría miedo del castigo divino. Pero cuando mi alma se separe de mi cuerpo, presiento que sentiré vacío. Y odio sentir vacío.
Hay una mosca en mi habitación. Son tan sensibles esos insectos. Nunca he sabido si nos huelen o cómo detectan el olor de los animales muertos.
Quizá ya huelo a eso.
Jessika Jun 2015
Mi nombre es Jessika Mancera, pero no es mi nombre completo ya que en realidad es compuesto.
Soy una cobarde con nombre de Valiente que de vez en cuando firma con el mismo a forma de alter ego...
He perdido tantas personas que califique como indispensables para mí que al irse, mi visión, mi estructura suma en la que edificaba el mundo cambiaba y yo, no tenia intención de construir sobre ruina. Fue así como en una ocasión alguien me dijo que tenía una belleza rara, que sonreía y los ojos se me iluminaban; pero en ellos se veía melancolía, se divisaba la tristeza.
Con los años, con los cambios, con el fluir reafirmé mi posición desde donde muy poco importa: "Si la humanidad es tan solo un diminuto punto en la historia del universo, ¿por qué mi vida, por qué yo misma habría de importar?"
Sin embargo me encargue de dar un poco de mi a quien cruzaba para no volver jamás; Incluso si con ella yo misma desaparecía.
Entre las 5 y las 7/cada día,
ves a un compañero caer/no pueden
cambiar lo que pasó/el compañero
cae y ni la mueca de dolor
se le puede apagar/ni el nombre o rostro
o sueños por los que
el compañero cortaba la tristeza
con su tijera de oro/se paraba,
a la orilla de un hombre o una mujer/
le juntaba todo el sufrimiento
para sentarlo en su corazón
debajito de un árbol/

el mundo llora pidiendo comida/
tanto dolor tiene en la boca/
es dolor que necesita porvenir/
el compañero cambiaba al mundo y le ponía pañales de horizonte/

ahora lo ves morir/cada día
pensás
que así vive/que anda
arrastrando un pedazo de cielo
con las sombras del alba/donde
entre las 5 y las 7/cada día/
vuelve a caer/
tapado de infinito
Tamara Toska Aug 3
Te elegí.
Y no fue casual.
Ni por falta.
Ni por costumbre.
Fue porque eras tú.
Y nadie más.

Te elegí cuando caminabas como un potro salvaje,
ágil, veloz, como si volaras por el mundo sin darte cuenta,
con esa fuerza desbordada que no pedía permiso
y que a mí me dejaba sin palabras.
Te miraba moverte y no sabía si quería alcanzarte…
o simplemente contemplarte.

Y también te elegí cuando el tiempo te volvió más hombre,
más contenido, más claro.
Cuando ya no corrías como antes,
pero brillabas distinto.
Te volviste un sol maduro:
menos impulso, más sentido.
Luz que no arde, pero acompaña.
Eras presencia serena,
conciencia que ya entendía de deberes y pausas,
y aún así, seguías siendo tú.
Más sabio. Más completo.

Te elegí también por tu aroma,
masculino, profundo, como a sándalo.
Ese olor que no se olvida,
que parecía nacer de tu piel,
y que a mí me daban ganas de respirar más de cerca,
como si al abrazarte pudiera empaparme de ti,
llenarme de eso que eras…
y quedarme así un instante más.

Estar contigo era sentir que lo ordinario podía ser maravilloso.
Las cosas simples —una conversación tranquila, verte trabajar,
un momento en silencio, el cruce de una mirada—
tenían un brillo distinto si tú estabas cerca.
Había una paz suave, una alegría callada,
como si el mundo se hiciera más habitable solo porque tú lo habitabas también.

Incluso un almuerzo preparado por ti —con esos sabores sencillos,
con tus manos midiendo sin reglas pero con cariño—
tenía algo especial.
Era alimento, pero también era gesto, era casa.
Y yo me quedaba ahí,
queriendo quedarme más.

Te elegí porque me hacías reír, pensar, dudar, aprender.
Porque podíamos hablar de lo importante…
y aunque no siempre fuera fácil,
buscabas entender.

Y a veces, ni siquiera hacía falta que estuvieras cerca.
Con solo verte un instante,
escuchar una palabra de tu voz,
o recibir un simple mensaje tuyo…
todo cambiaba.

Los problemas se deshacían sin explicación.
El mundo se teñía de rosa,
y el día, por gris que fuera, se volvía más claro,
como si tu presencia —aunque lejana—
pudiera encender la luz de todo.

Te elegí también por lo que me inspirabas sin saberlo.
Había momentos en los que te ponías nervioso,
cuando algo no salía como esperabas
y una sombra de vergüenza pasaba por tu rostro.
Pero a mí, eso no me alejaba…
me desbordaba de ternura.

Quería abrazarte, cubrirte con calma,
decirte sin palabras que estabas bien,
que yo te quería así, con todo.
Y a veces, esa ternura —tan limpia, tan honda—
se transformaba sin aviso.

Como llama que crece desde una brasa pequeña,
mi cuerpo también respondía.
No era solo ternura. Era deseo que sabía esperar.
Un querer acercarme no solo al alma…
sino también a tu piel.

Mi deseo por ti era completo y secreto.
Vivía en mi piel, en mi respiración,
en el impulso de abrazarte más tiempo del que se permite.

En la forma en que imaginaba quedarme contigo,
recostada en tu pecho,
mientras tus manos me acariciaban
como si supieran exactamente dónde nacía la emoción.

Haciéndome sentir tanto,
que dolía un poco…
como duelen las cosas hermosas
cuando son demasiado verdaderas.

Te deseé en silencio,
con ternura y con fuerza.
Quise desnudarte el alma…
y también el cuerpo.

Quise abrazarte sin prudencia,
besar tus dudas,
deshacer tu calma.
Te amaba también así.

Desde lo físico.
Desde lo más humano.
Desde donde el amor también arde.
Te elegí porque, sin querer, me inspirabas a ser mejor.

Porque eras tú:
sencillo y complejo,
fuerte y sensible.

Con una voz que, cuando hablaba con verdad,
aún podía enamorarme.

Te elegí por la forma en que mirabas,
por los puentes que sabías crear con tus palabras,
por el juego honesto de conocerse.
Por cómo cuidabas lo que no sabías decir.

Y sí…
Te elegí entonces,
y si pudiera elegir otra vez,
volvería a hacerlo.

No porque te idealice.
No porque no haya otro camino.

Sino porque aún hoy,
con todo lo que sé,
con todo lo vivido,
con todo lo que ya no es…
Sigues siendo tú.

— The End —