Cuando la esperanza es un don,
la ignorancia evidente,
la sabiduría, lo inalcanzable,
y la eternidad,
un castigo.
Cuando lo único que,
en realidad,
existe, es el aquí
y ahora, todo lo demás
es un eco lejano...
un reflejo mental sin sustancia:
Fuera de la mente.
No es lo mismo darse
un paseo por el bosque,
disfrutando de su esencia.
A cada paso parte
de su pulmón, su aroma,
que hacerlo con los auriculares
mentales, arrastrado
por las sombras
del tiempo psicológico.
Como no es lo mismo
sentarse junto a un río,
sintiendo cada brisa,
cada susurro...
y dejar
que la naturaleza te abrace.
Que hacerlo atrapado
en el ruido de la mente,
incapaz de escuchar,
observar y sentir,
el latido del instante.
Por lo tanto,
una mente utilizada
es un universo
extraordinario y
poco explorado;
de lo contrario, se
convierte en la
jaula donde se
esfuma el presente y, con él...
el tesoro más valioso
conocido: el tiempo.
Salvo aquellas cosas del ayer
que nos exigen reflexión,
o los asuntos del mañana,
que requieren planificación.
Si todo lo que ocurre
se da en el aquí y el ahora,
¿dónde estamos en el
resto de las experiencias?
¿Si no es
dentro de la mente?
Y por eso me pregunto:
¿Habitamos realmente
en el presente,
o somos prisioneros
de las cadenas invisibles
del tiempo psicológico?
Una mente anclada al pasado
o al futuro es una jaula,
la pérdida de tiempo más
universal:
La desconexión del presente.
Al no caminar
despiertos en el aquí y
el ahora, nos alejamos
del flujo vital,
de la esencia existencial.
Hay muchas formas de
pasar el tiempo,
pero no todas son
caapaces de alinear la mente,
el cuerpo y el alma,
en el aquí y el ahora
del momento presente.
Tomarse un buen café,
leer un libro,
o caminar atento al momento.
Fuera de la mente,
¿y tú,
dónde estabas ahora,
mientras leías este texto?
¿Si no en el aquí y ahora?