Se esparce el manto nocturno y mi mente no encuentra paz. Atesoro recuerdos bandidos, que se quedaron sin permiso escondidos bajo mi colchón.
Hace 182 noches que mi cama la extraña. Ya no encuentra su voz reclamando la estampida de mis placeres carnales. Se perdió su olor en la almohada, esa que escondió sus gemidos durante tantos momentos de gloria.
El cruel verano suda mi frente en esta noche tan larga. Aún más larga sin ella.
El aire se escurre por la ventana, cálido como lo fue su sonrisa.
Hace 182 días mi boca la extraña, y mis manos la buscan al pasear, andando con pasos perezosos, para que sus recuerdos no se resaguen.
Sus ojos verdes aún viven en mi cabeza, en un lugar muy especial que guardé, junto a memorias de su tanga favorita.
Los días parecen inmensos. Aún más inmensos sin ella.
Sé que ya no es mía, ni de mi boca. Ya no duerme entre mis brazos. Pero el fuego aún enciende nuestros deseos.
Ella ya no es mía ni de mi boca, como lo fue en aquellos años de cristal. Quizás nunca vuelva a leer mis poemas, y el consuelo de escribirle sea lo único que esté a salvo entre nosotros, pero el fuego aún enciende nuestros deseos.