La verdad no se busca. Te encuentra. Cuando bajás la guardia, cuando te rendís, cuando pensás que el silencio es descanso… y resulta ser espejo.
No es un acto de luz, es un descuartizamiento del alma. Una cirugía sin anestesia en el centro exacto de lo que sos.
Te muestra todo lo que escondiste: las veces que fingiste amor, los días que dijiste “estoy bien” mientras te morías por dentro. Las promesas que hiciste solo por miedo a quedarte solo.
La verdad no grita. Pero su silencio pesa más que un millón de mentiras.
Porque no te dice: "Esto está mal". Te dice: "Esto sos."
Y eso, eso es insoportable.
Duele darte cuenta que te aferraste a personas que ya se habían ido. Que hablaste de futuro con alguien que ya te había olvidado. Que abrazaste recuerdos como si pudieran devolverte lo que perdiste.
La verdad es esa voz que te dice: “Te traicionaste.”
Y después, se queda mirándote en el suelo. No para ayudarte a levantar. Sino para ver si te atrevés a levantarte solo, y con eso, convertirte en otro.
Uno más despierto. Uno más crudo. Uno que ya no ama desde el deseo de ser amado, sino desde la verdad de que todo puede romperse y aun así elegir darlo todo.
Porque solo el que ya se quebró, el que ya murió por dentro, puede amar con el alma sin miedo.