Prometer es fácil… cualquiera puede decir “te amo” cuando la noche es mansa y nadie ha sangrado aún.
Las palabras son expertas en disfrazar verdades, en llenar el aire de espejismos que se rompen al primer silencio.
Pero yo ya no escucho promesas. Aprendí a leer los gestos, a mirar el alma en los detalles, a entender que quien quiere, se queda y quien no, se justifica con versos huecos.
Porque un “te extraño” no tiene valor si no hay pasos que caminen hacia vos. Y un “confía en mí” sin actos que lo sostengan es solo un poema mal escrito.
Yo también dije mucho. Y también me creí cuentos que venían envueltos en “para siempre”. Pero el tiempo no se rinde a las palabras: le cree solo a los hechos.
Así que mirame… No por lo que digo, sino por cómo estoy cuando todos se van. Por cómo me quedo a pesar de las grietas, por cómo abrazo con la vida aunque me falte el alma.
No necesito más discursos: quiero que me lo demuestren. Con la presencia. Con la lealtad muda. Con los actos que hablan cuando las bocas callan.
Porque hay verdades que no se pronuncian, solo se viven.